domingo, 10 de julio de 2011

«´Me habéis llegado al fondo de mi alma española´, nos dijo Ochoa»

«´Me habéis llegado al fondo de mi alma española´, nos dijo Ochoa»

«El profesor Fernando Galán, asturiano de Luarca, se opuso a la investidura de Franco como doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca»

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José Coca, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA, en el hotel de la Reconquista de Oviedo.
José Coca, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA, en el hotel de la Reconquista de Oviedo. luisma murias
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l De la Sierra de Francia. «El apellido Coca procede de la sierra de Salamanca, de la zona de pueblos como Miranda del Castañar o La Alberca, tierras en realidad de reconquista, que fueron pobladas fundamentalmente por franceses venidos de la Borgoña. Por eso el nombre de la Sierra de Francia o el río Francia. De ahí era mi padre, Manuel Coca Rebollero. Y el apellido Prados, por el lado de mi madre, viene de una zona que para los asturianos les puede ser más cercana, en torno a Ledesma, lugar de tratamientos balnearios. Mis abuelos maternos y mi madre, Inés María Prados Martín, son de un pueblo pequeñito que se llama Monleras, en el borde de Salamanca y Zamora. Mi padre era electricista. Aprendió el oficio por su cuenta porque realmente él era en el pueblo aquel de una condición extremadamente humilde. A los 10 años tuvo que dejar la escuela porque tenía que ayudar a mi abuelo en las faenas agrícolas. Pero a mi abuelo paterno, José Coca, le sucedió que vino un año de aquéllos la plaga de la filoxera, que se cargó todas las cepas de vides, y tuvo que emigrar. Lo hizo a Estados Unidos, pero tuvo la mala suerte de que lo pilló la depresión y estuvo dos años sin trabajar. En total estuvo allí cinco años y al volver la primera decisión que tomó fue la de trasladar la familia a la ciudad, a Salamanca, una decisión muy oportuna. Así que mi padre comenzó a trabajar en tareas de electricidad y electricidad del automóvil, aunque dos de sus hermanos, más jóvenes, tuvieron la posibilidad de estudiar en Salamanca. Lo que pasa es que después les vino la Guerra Civil y todo fue muy fastidiado. Por su parte, mi madre, en Monleras, no tenía posibilidad de formar familia. La salida de muchas personas en aquellos tiempos era: o meterse por la Iglesia, cura o monja, o ir a la ciudad, a lo que ahora se llaman labores de servicio doméstico, es decir, a servir en una casa. Esto es lo que hizo mi madre, que conoció a mi padre y se casaron. Del matrimonio nacemos cinco hijos y a mí, por ser el primogénito, me pusieron el nombre de mi abuelo».

l Radios de galena. «Nazco en tiempos de muchas dificultades y escasez. Salamanca fue zona nacional durante la Guerra Civil y ésta no tuvo demasiado impacto en la ciudad, pero sí morían personas próximas, como un hermano de mi madre que con 18 años y casi al final de la contienda se lo llevaron al frente de Madrid y allí cayó. El hombre era el único hermano varón. Por el lado de mi padre, mis tíos pertenecían a las Juventudes Socialistas y mi padre era del sindicato de los electricistas. Durante la guerra le echaron la culpa de algo que no había hecho y estuvo un mes en la cárcel. Un mes que dedicó a algo que luego me enseñó: construir aparatos de galena para recibir las emisoras de radio. Hice cantidad de ellos y nada más que con una antena podías escuchar las emisoras locales. En la cárcel no se podían tener transistores ni radios y por eso a mi padre le encargaban los aparatos de galena, e incluso los hizo para fuera, para personajes ilustres que siempre lo saludaban después por la ciudad. Él ya sabía hacer los aparatos antes de entrar al "hotel", como ellos lo llamaban. Los hacía en cajas de puros y se necesitaba el condensador y la bobina, así que quienes se los encargaban buscaban estos componentes. Pese a aquel paso por la cárcel, mi padre era en política una persona independiente, muy tolerante, muy racional».

l Caligrafía inglesa. «La vida era muy modesta en esas épocas y mi padre trabajaba para una empresa eléctrica que luego se transformó en Iberduero y luego fue la Iberdrola de ahora. Él era lector de contadores por las casas, pero el sueldo no daba para la casa, así que por las tardes se dedicaba a pequeños trabajos. En aquella época no era del todo fácil conseguir una plaza en la escuela pública, pero mi padre conocía a un maestro, Dionisio Hernández, que había puesto una escuela particular cerca de nuestra casa. Se llamaba Escuela Padre Manjón (el sacerdote y pedagogo granadino) y este maestro había ejercido antes en Aragón, pero a raíz de la Guerra Civil fue de aquellos maestros represaliados y le quitaron la plaza. Tuvo que ganarse la vida en una escuela particular, enormemente modesta, con una estufa de leña y carbón que a veces llenaba la clase de humo en el frío invierno de Salamanca. Era un hombre rígido, pero muy honrado, y nos dio verdaderamente todo lo que sabía. Era escrupuloso en la caligrafía inglesa, que teníamos que practicar en cuadernos de distintos niveles. Luego teníamos una serie de libros de texto, cada vez con mayor complejidad, y recuerdo que uno de ellos estaba publicado como si fuera manuscrito, con distintos tipos de caligrafía. «Tierras y mares» se titulaba, y todavía lo conservo. Llegamos a estudiar los cinco hermanos porque la intención de mis padres fue la de darnos toda la formación que pudieran, haciendo sacrificios yo diría que heroicos».

l Pensamiento matemático. «Al llegar los 10 años hacíamos el examen de ingreso en el Bachillerato, un examen que era sencillito, pero era un examen. Pasé al Instituto Fray Luis de León, cuyo edificio había sido un cuartel en la guerra y tenía pocas condiciones. A veces funcionaba la calefacción y otras había que poner estufas de leña. Tuve profesores buenos y con dedicación y otros que, igual que pasa luego en la Universidad, que más que profesores son piratas de la enseñanza. Recuerdo especialmente al profesor de Francés, don Juan Nogués, catalán, un hombre muy correcto, muy amable, que también colaboraba con la Universidad; o el profesor de Literatura, don Gabriel Espino, que había sido discípulo de Unamuno y nos transmitió el mensaje unamuniano. Y un recuerdo verdaderamente especial lo conservo de don Norberto Cuesta, profesor de Matemáticas, que luego llegaría a catedrático de la Universidad. Don Norberto tuvo una vida azarosa. Estuvo en Argentina, emigrado con su madre. Luego vuelve a España y lo pilla la guerra; había sacado plaza de instituto y estuvo por Granada antes de ir a Salamanca. Tenía un pensamiento de las Matemáticas muy profundo y, juzgado con el paso del tiempo, no sé si era el profesor adecuado para aquellos alumnos de Bachillerato. Pero la verdad es que nos enseñaba algo más que las meras Matemáticas; nos enseñaba incluso a escribir, enlazar el pensamiento. Sus referencias a la Literatura, a la Filosofía, a la Historia eran extraordinarias. Además de todas sus publicaciones matemáticas, había escrito también un estudio sobre «El criticón», de Baltasar Gracián. Tener un profesor tan culto a lo largo de siete años de Bachillerato es algo que deja huella y luego, además, continué con él en la Universidad, y después fuimos amigos. Las Matemáticas que nos enseñaban eran un poco anticipación de la Matemática moderna de los conjuntos. Él era un especialista en teoría de los números y esa cuestión trascendente del número la llevaba a casi todo; por eso sus Matemáticas a veces no eran muy prácticas, porque se abstraía en conceptos de límite o cosas de este tipo, sin demasiada operatividad para sus alumnos de entonces, pero que luego en ingeniería sí que la tendría».

l Peritaje o Medicina. «En un primer momento, la intención de mi padre es que yo llegara a la reválida de cuarto curso (había otra en sexto y luego un preuniversitario) y dejara el instituto para hacerme perito industrial. Eran estudios de tres años, con lo que a los 17 ya podía tener unos estudios. Así que al acabar cuarto empecé a prepararme para el ingreso en el peritaje industrial. No sé si fueron los calores de Salamanca en verano o las vueltas que le daba mi padre, pero el plan no se ejecutó. Yo creo que en el fondo había un problema: para estudiar perito industrial el sitio más cercano era Béjar, donde había escuela por ser un lugar que tenía una industria de la lana, tejidos, mantas, etcétera. Pero estudiar en Béjar y vivir allí desplazado implicaba un coste para la familia, aunque quizás hubiese conseguido beca, que ya tenía en el Bachillerato, muy pequeñita. Así que mi padre me dijo: "Sigue hasta acabar el Bachillerato y luego veremos". Aquel día cerré los libros y empecé a leer novelas hasta el final del verano. Terminé en el instituto y los únicos estudios universitarios que había de Ciencias en Salamanca era Química. No había otra posibilidad. Me tiraban las ciencias y en eso influyó el oficio de mi padre y el ver las cosas prácticas. Yo veía los cálculos eléctricos que hacía mi padre y los números que le salían con la corriente trifásica o lo que fuera. Yo aquello había aprendido también a hacerlo en el Bachillerato. Todo eso me gustaba, aunque creo que a mi padre, en su sentir íntimo, le hubiese gustado que hiciese Medicina. Había un catedrático, que había puesto una especie de pequeño sanatorio y para el que mi padre trabajaba, que le ofreció pagarme la carrera de Medicina, pero la verdad es que no me atraía nada».

l Patriotismo genético. «Me dediqué a la Química, que era también la carrera más versátil de entonces y de la que en Salamanca nacieron después las ramas de Biología, Geología y Matemáticas, cuando ya vino el boom de la Universidad española. Pero inicialmente sólo había Química, como en tantos sitios, porque el tipo de industria era normalmente química y en Salamanca, concretamente, había una fábrica de ácido sulfúrico. El primer curso tuve de nuevo al profesor de Matemáticas Norberto Cuesta, que siguió haciéndome el impacto que ya me había hecho todo el Bachillerato. Y había también una figura quizá poco entendida allí, que era don Fernando Galán, asturiano de Luarca (creo que allí está enterrado). Coincide el año en el que yo hago el curso selectivo, el primero, con que a Severo Ochoa le conceden el premio Nobel. Era octubre o noviembre y yo estudiaba la asignatura de Biología con Galán, un profesor orientado a la genética y había estudiado una serie de plantas, el Ecballium elaterium. A los alumnos nos cautivaba lo que él explicaba y los encerados que aquel hombre escribía eran una auténtica maravilla, que daba pena borrarlos. Era muy vehemente hablando, pero era un gran profesor que preparaba muy bien la clase. Cuando le dan a Ochoa el premio, Fernando Galán dedicó una clase a explicarnos de forma sencilla en qué consistía la investigación del ácido ribonucleico, del desoxirribonucleico, la hélice, etcétera. Lo explicó en la pizarra, todo hecho a mano porque no había proyectores de transparencias ni nada de eso. Al final de aquella clase hubo un gesto muy bonito por su parte. Trajo una publicación de Ochoa que había sido clave para el premio Nobel y con un proyector de opacos nos puso el texto sobre la pantalla. Y nos dijo: "Vean ustedes que en esta publicación el profesor Ochoa está con estos colaboradores (nombres latinoamericanos, con varias mujeres); vean ustedes cómo ha sido un premio Nobel con profundas raíces hispanas". Había en aquel profesor un patriotismo grande, a pesar de lo mal que fue tratado debido a sus ideas políticas, que no estaban en consonancia con el régimen. Él era republicano, aunque no hacía ningún alarde de ello. Severo Ochoa había puesto tierra por el medio, pero Galán tenía el valor en ese sentido del que se queda instruyendo a los españolitos humildes y de a pie, como era mi caso».

l Doctorados honoris causa. «Es más, Norberto Cuesta y Fernando Galán fueron los dos profesores que se opusieron a la investidura de Franco como doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca. Nadie se atrevió nunca en España a algo de ese tipo, mientras Franco vivía. Eran dos personajes de "genio y figura", auténtica gente con clase. Más adelante, la Universidad de Salamanca es la primera en España que propone a Ochoa como doctor honoris causa y recuerdo todavía su discurso. Al propio Ochoa se lo comenté pasados los años, en alguna visita suya a Oviedo. Al proponer Salamanca el doctorado honoris causa se temía que el Gobierno de Franco se iba a oponer. Ochoa procedía de la línea de Negrín y su ascendencia, aunque sólo sea por los profesores que tuvo, era republicana. Pero también es cierto que el contagio se podía haber producido sólo hasta cierto punto. Yo mismo he tenido profesores republicanos y no lo soy. Mi único partido es la Ingeniería Química; en él profeso y en él he venido a Asturias de misionero de la Ingeniería Química y no tengo otras desviaciones. Respecto al doctorado honoris causa de Ochoa por Salamanca, tuvieron que pasar tres años hasta que se lo dieron. Recuerdo que yo estaba estudiando Química Analítica. En la ceremonia de entrega, él pronunció un discurso muy bonito, muy emotivo. Recuerdo todavía el momento en el que dice: "¿Cómo queréis que os diga que este homenaje que me tributáis me llega muy al fondo de mi alma española?". Se quitó las gafas y le saltaron las lágrimas. El aplauso fue trepidante. Hay que tener en cuenta que él tenía que decirlo así, porque tenía ya la nacionalidad norteamericana. No era español en el sentido de nacionalidad, pero lo dijo muy bien. Fue un acto con el que vibró la Universidad de Salamanca y nosotros, los jóvenes, por supuesto. Fernando Galán fue el padrino de Ochoa en la ceremonia, además del profesor que lo propuso».

l Pugnas con la Ingeniería. «Otro gran profesor que tuve fue don Fidel Mato, de Ingeniería Química. España es un país que nunca ha estado a la cabeza de ninguna evolución en esta disciplina, ni siquiera en la onda de las cosas. Esto pasa a diferencia de Portugal, que tal vez por una influencia más inglesa ha tenido la Ingeniería Química muchísimo antes que España. El nuestro es un país atrasado en esto. Entonces existía en España algo que se llamaba Química Técnica, traducción del alemán "Technische Chemie", ya que la línea alemana en las ingenierías es lo que prepondera en España, tal vez por esa orientación germanófila que han tenido las élites españolas. Así que aquí se estudiaba una Química Técnica (que antiguamente era una Química Industrial) desde el año 1942, en la Universidad de Madrid, con don Antonio Rius, que con todas las limitaciones le da el giro a nivel nacional a esta materia, y en vez de explicarse procesos descriptivos de Química Industrial se explica una auténtica Ingeniería Química. Lo que pasa es que en España no se autorizaba a los químicos a utilizar la palabra ingeniero porque la palabra ingeniería en España es lamentable en su desarrollo. Se ha basado en un decreto del año 1850 al cual las escuelas de ingenieros se han agarrado siempre. Por tanto, había que estudiar esta Ingeniería Química casi clandestinamente en las facultades de Química. Se daba la coincidencia de que el ingeniero industrial en España ha sido fundamentalmente un ingeniero mecánico o eléctrico, etcétera, pero en el desarrollo químico, a través de libros o publicaciones, han hecho muy poco».

l Ocón, expulsado de Santiago. «Así que la Ingeniería Química ha nacido desde luego a la sombra de las facultades de Química. En las escuelas de Ingeniería podían tenerla como especialidad, pero no sucedía por temor a la competencia de los que venían de las facultades de Química. Entonces, los ingenieros se refugiaban en su mecánica, su electricidad, sus materiales y a la Ingeniería Química la dejaron de lado porque ahí iban a tener la competencia. Al estudiar con Fidel Mato no teníamos casi ni libros, aunque había uno escrito por un profesor de la Universidad de Madrid, Vian (que había sido catedrático en Salamanca), y otro de la de Santiago, Ocón. Con este Ocón tuvo grandes problemas Vicente Álvarez Areces, aunque ésa es otra historia. Ocón tuvo que marcharse de la Universidad de Santiago por la huelga que le montó Tini Areces. Yo creo que Ocón era realmente una buena persona; lo que pasa es que cada uno aprovecha su coyuntura. Dejémoslo así. Prácticamente el Ministerio obligó a Ocón a que se marchase de Santiago. Es el precio que tuvo que pagar un profesor y toda una familia. Es una historia que cuando haya pasado un poco más de tiempo habría que contar. Sé los detalles, contados por él mismo, y corroborados por sus discípulos. Pues había ese libro de texto, el Vian-Ocón, bien escrito, pero sucedió en ese momento que había un alumno en Salamanca, hoy ya a punto de jubilarse, si no es que se ha jubilado, llamado Pablo Mogollón, que procedía de Colombia. Este muchacho traía un libro de lo que llamamos operaciones básicas en Ingeniería Química, que estaba en inglés y nosotros no lo teníamos en la biblioteca. Entonces, Pablo, que sigue siendo un querido amigo, me dejaba el libro los fines de semana. No había fotocopiadoras ni nada de eso y el libro aquel lo estudiaba yo todo lo que podía, y tomaba notas. Fue ahí donde entró mi devoción verdaderamente por los libros en inglés. La segunda edición de ese libro, años después, cuando yo hacía el doctorado, la tradujimos al castellano don Fidel Mato, Pablo Mogollón y yo».

l Poco consumo. «Terminé la licenciatura y comencé a preparar el doctorado. Yo entonces era lo que se llamaba adjunto interino, con un sueldo de 2.785 pesetas al mes. Mi dedicación consistía en dar prácticas, clases de problemas, etcétera. Aquella plaza se alcanzaba mediante una oposición tenue, y algunas veces no era ni necesaria la oposición porque casi nadie la quería. El problema era que si eras becario cobrabas más: 3.000 pesetas mensuales, así que casi no había adjuntos. Hice la tesis doctoral sobre la relación entre las viscosidades y el calor de mezcla. Hay que tener en cuenta que en esos momentos en la Universidad española y en las cátedras de Ingeniería Química había que trabajar en medidas de ese tipo que implicasen poco consumo de materiales y que no requirieran casi instrumentación porque no podías ni siquiera montar un equipo. El presupuesto que teníamos en el departamento para dar las prácticas y para la investigación a lo largo de todo el año eran 25.000 pesetas. Recuerdo que se compró un juego de tamices para otro trabajo y costaba 17.000 pesetas, con lo que se acababa el presupuesto de prácticas de laboratorio (la empresa del juego de tamices quebró y al final no lo pagamos, pero aquella factura seguía dando vueltas)».

Segunda entrega, mañana, lunes: José Coca Prados

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