jueves, 28 de julio de 2011

Jan de Vos y los sueños sembrados

Jan de Vos y los sueños sembrados
 
Neil Harvey
 
Jan de Vos (1936-2011) nos deja una amplia y rica obra que pone en el centro de la atención los anhelos y las luchas de las comunidades de la selva Lacandona. El gran mérito que lo destaca en el campo de la historiografía chiapaneca es haber combinado el estudio riguroso de los procesos sociales con las experiencias de los propios pobladores de la región, entrelazando los análisis del historiador y los de los propios protagonistas.
En este sentido, el último libro de su trilogía sobre la Lacandona, titulado Una tierra para sembrar sueños: historia reciente de la selva Lacandona, 1950-2000 (CIESAS y Fondo de Cultura Económica, 2002), es un texto ejemplar de una narrativa conmovedora de las vidas de diversas personas que, por diferentes razones, encontraron en las cañadas de la selva el lugar idóneo para sembrar sus sueños.
En este libro, Jan describe con mucho detalle las vidas y sueños de mestizos e indígenas, promotores de distintas y encontradas visiones del desarrollo de la selva. A mi juicio, uno de los puntos centrales de esta obra es la importancia de la autonomía como una práctica política que nace de las condiciones de marginación en que muchas comunidades indígenas han sido obligadas a vivir.
La autonomía tiene raíces profundas en las experiencias de colonización de la selva por parte de miles de campesinos que salieron de las fincas en búsqueda de una vida mejor. El libro nos presenta las diversas luchas por la autonomía, como anhelo de organizaciones de nuevo tipo que surgieron del Congreso Indígena celebrado de San Cristóbal de Las Casas en 1974. Nos introduce a dirigentes locales de organizaciones como Porfirio Encino, de la ARIC-Unión de Uniones, y explica las convergencias y divisiones que han marcado el curso del amplio movimiento campesino e indígena en la selva Lacandona.
También Jan habla de los refugiados guatemaltecos que encontraron solidaridad en Chiapas y quienes, desde su experiencia de sufrimiento, reflexionaron y se organizaron para incidir en la reconstrucción social y política de su país. Jan nos lleva a apreciar los análisis y propuestas democráticas de los que emprendieron el retorno a Guatemala en 1995. Por ejemplo, cita la Declaración de Tikal (de 1995):
Nuestro retorno debe ser el inicio de una nueva era, en la que reine la igualdad en nuestros campos. Democracia es una palabra vacía en boca de políticos que se enriquecen con su poder y contribuyen a mantener un orden injusto en el que muy pocos deciden en nombre de la mayoría. La verdadera democracia se basa en consultas permanentes, en la participación de todo el pueblo, en el respeto a la palabra de todos. La democracia es nuestra práctica y nuestra demanda. Construyamos juntos un gran frente con la participación de todos para construir la nueva democracia, el nuevo poder del pueblo. (p. 320)
En este libro, Jan deja claro que la autonomía indígena no es más que la búsqueda de formas propias de organizarse. Terminó de redactar el libro justo cuando los zapatistas estaban regresando a Chiapas de la Marcha del Color de la Tierra, en marzo de 2001, y el reconocimiento constitucional de los acuerdos de San Andrés estaba a punto de ser negado por los legisladores. En este contexto, Jan criticó al gobierno por su política represiva en Chiapas, escribiendo:
“El cerco establecido contra las bases de apoyo del EZLN no perjudica solamente a las comunidades zapatistas, significa también la invasión de los espacios controlados por la ARIC y la Xi’Nich’. El mundo rural entero está sufriendo el asedio de los agentes gubernamentales y de las tropas. Ariqueros y hormigas, de por sí ya convencidos de lo justo de las demandas zapatistas, ahora tienen razones de sobra para rechazar a un gobierno que los oprime de manera directa en su espacio vital. El sueño de autonomía, personificado por Porfirio Encino, compartido por miles de campesinos organizados, corre el riesgo de convertirse en pesadilla si las autoridades continúan negándoles el derecho de decidir sobre su propio destino.” (p. 285)
Jan reconocía las condiciones de pobreza, la falta de acceso a la salud y la educación y la imposición de políticas de desarrollo sin el consentimiento de las comunidades, pero también no se cansaba de subrayar la importancia de la organización social para revertir estas condiciones y crear nuevas esperanzas. Por ejemplo, vio con mucha razón las dificultades que el Plan Puebla-Panamá tendría para que fuera aceptado en la región lacandona, y el hecho de que la tendencia económica de expulsar a la mano de obra campesina también enfrentaba a un medio siglo de organización social y eclesial.
Lo que más le dolía a Jan era la militarización de la región y el carácter permanente de las bases y cuarteles que se extendieron a lo largo de la selva después de 1994. El acoso militar le recordaba su infancia en Bélgica bajo la ocupación de los nazis. Como muchos, Jan notaba que la presencia militar lleva a más problemas sociales y divisiones comunitarias. Él había celebrado el cese al fuego del 12 de enero de 1994, pero la repentina expansión militarista a partir de octubre del mismo año lo llevó a criticar el hecho de que la presencia del Ejército había convertido a la Lacandona en un gigantesco campo militar (p. 401).
Ejemplo de la política represiva en Chiapas fue la destrucción por las fuerzas del orden del mural de la comunidad de Taniperla en el municipio autónomo rebelde zapatista Ricardo Flores Magón en 1998. Es un mural lleno de sueños sembrados por 12 comunidades que adorna el libro y forma parte central del análisis en su último capítulo.
Al igual que el mural que comenta, Jan de Vos, con su vida y su obra, celebró la historia de los pueblos indígenas y sembró sus propios sueños de un futuro con paz, con justicia y dignidad.
Para Emma Cossío Villegas, con un abrazo, de nuestro agradable recuerdo y la memoria que perdura.

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