19.07.11
El día que se perdió España (I)
Introducción
Hoy se cumplen trece siglos exactos del comienzo de la batalla más trascendente de la historia de España, la única que cambió de forma duradera su ser. Es muy probable que, pese a su importancia, esta fecha pase desapercibida en los medios de comunicación, en una sociedad como la nuestra, que ha olvidado sus raíces.
¿Qué sabemos de la llamada Batalla de Guadalete, librada tal día como hoy del año 711? Probablemente, que terminó con la victoria de los moros invasores y la desaparición del reino visigodo en España. Y poco más. Sin embargo, las consecuencias de esa batalla (la incorporación de España al mundo islámico y oriental) marcaron profundamente nuestra cultura y forma de ser: desde la legislación hasta el arte, pasando por la toponimia, la gastronomía, la arquitectura, la literatura o la agricultura. Desde 711 hasta 1609 pasaron 9 siglos de presencia musulmana en nuestra patria. Presencia que además fue dominante en buena parte de ese periodo, desde apenas 10 años en Gijón, 50 años en Galicia, 90 años en Barcelona, 100 años en León, 370 años en Toledo, 400 años en Zaragoza, hasta los 525 en Valencia, Sevilla, Murcia o Córdoba, o los 775 en Granada y Málaga. Militarmente sin interés, la batalla de Guadalete tuvo un impacto fundamental en la historia de España y no poco importante en la de Europa.La Batalla de Guadalete es uno de los episodios más mitificados de nuestra historia, sorprendiendo la escasa y tardía documentación de la que disponemos, causa de los muchos tópicos populares que ha generado. ¿Se sabe, por ejemplo, que es muy probable que en el bando invasor no hubiese ese día ni un solo árabe, y que sin embargo está documentada la presencia de católicos, y de hecho todos los musulmanes de ese ejército habían sido cristianos 10 años antes? ¿O que no se libró junto al río Guadalete, dándosele ese nombre posteriormente por un error de transcripción del árabe? ¿O que, contra lo que dijeron las crónicas posteriores para justificar la derrota cristiana, el ejército godo era muy superior en número? ¿O que entre ambos contendientes se superaron con mucho los 50.000 guerreros, siendo una de las más grandes de su época, y sin embargo duro pocas horas, y hubo (relativamente) pocas bajas? ¿O que el rey Rodrigo planificó la batalla de forma responsable y cauta, y que ni mucho menos desdeñó o infravaloró a su enemigo? ¿O que no estamos seguros de que Don Rodrigo muriese en la batalla, y que no fue “el último rey godo”?
Lo mismo podemos decir de sus consecuencias. ¿Somos conscientes de que las contemporáneas regiones españolas (con sus personalidad, afinidades y rencillas) nacen tras la división territorial y religiosa posterior a esta batalla? ¿O que existen diversas lenguas romances en nuestra patria por esa misma causa? ¿O que las costumbres tan diversas entre el norte y el sur peninsular dependen en gran medida del tiempo pasado bajo la dominación musulmana? ¿O que incluso algo tan aparentemente lejano como la conquista y evangelización de América se hizo con patrones de comportamiento heredados de la lucha contra los infieles?
Los españoles de hoy en día no somos conscientes del trauma que supuso para los cristianos hispanos de los siglos posteriores aquella jornada. Son incontables los recuerdos, cantares o crónicas medievales sobre aquella derrota y aquel reino perdido en todos los reinos del norte, pero principalmente en el de Asturias-León, el cual en el siglo IX trató de asentar su preeminencia sobre todos los cristianos de España reclamando la herencia (en parte real, en parte fabricada) de aquel reino perdido, del que recogió leyes, títulos, honores, organización y una nostálgica imagen idealizada de lo que fue la monarquía goda. El fracaso del reino leonés ante el califato musulmán de Córdoba no hizo desaparecer dicha reivindicación, heredada por los reyes posteriores, entre los que encontramos alusiones explícitas a ese “reino hispano” de los godos, desde Sancho el Mayor de Navarra (que por su origen vascón sería el reino que menor vinculación podría evocar), pasando por los reyes de Aragón y los condes de Barcelona, hasta la toma de Toledo por el rey Alfonso V en 1085, preñada de simbólicos detalles que trataban de afirmar la continuidad entre godos y castellanos como titulares de la corona de España, justificando así el término de Reconquista que se dio a la empresa de expulsar a los musulmanes de la península ibérica. La recuperación de una herencia arrebatada ilegítimamente por los ismaelitas invasores como castigo de Dios a los pecados e incurias de una población representada en sus vicios por sus monarcas y nobles, particularmente el último, el infortunado Don Rodrigo.
La reconquista de un reino cristiano (rico, culto, poderoso) perdido en una aciaga jornada; como decía el romancero medieval, en “el día que se perdió España”. El día de la batalla de Guadalete.
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Fuentes
Fuentes
Como ya se comentaba en un artículo anterior, los últimos años del reino visigodo carecen de fuentes contemporáneas, tanto cristianas como musulmanas. La mención más antigua está recogida en un texto de 741, la llamada Crónica bizantino-árabe, de probable autor oriental, pero es sumamente escueta y se limita a citar la conquista de España por Muza. La primera fuente que la desarrolla es la Crónica Mozárabe, un anónimo de probable autor eclesiástico, escrita en torno al año 754 en Córdoba, y que pretendía ser una continuación de la Crónica de san Isidoro del reino godo. Narra con más detalle los últimos años del reino (elogiando a Vitiza, y considerando el acceso al trono de Rodrigo obra de una revuelta nobiliaria) y la batalla, pero apenas profundiza en los hechos, sacrificando la profusión de datos a la prosa rimada que exhibe y al lamento de la ruina de la nación [1]. Del año 818 es la interesante crónica franca del monasterio aquitano de Moissac, donde por primera vez se cita que la lujuria del rey Vitiza contagió al clero y pueblo, causando la ira de Dios.
Muy posterior es la Crónica de Alfonso III, en sus códices Albeldense y Ovetense, fechada en el año 883, y que presenta un relato mucho más completo y colorido. Por desgracia en él hay recogidas tanto tradiciones auténticas como rumores, añadidos idealistas y políticos e incluso concesiones al lirismo y la experiencia sobrenatural. Es la primera crónica que rehabilita a Rodrigo, considerando su acceso al trono electivo y legítimo.
El rey Alfonso III, su patrocinador, se vinculó conscientemente a los reyes godos para afirmar tanto su derecho al trono ante sus familiares, como la primacía del reino leonés frente a otras monarquías hispanas; él fue el inventor del término “reconquista” a la guerra contra el infiel. Esa voluntad se vio plenamente plasmada en el texto, y no siempre resulta fácil distinguir en él lo genuino de lo añadido. Por ejemplo, incluye la particular interpretación de una profecía de Ezequiel (cap. 38), por la cual la dominación árabe se extinguiría en España a los 170 años de su comienzo. Esa fecha se cumplía exactamente el año de la redacción de esta crónica.La crónica de Alfonso III será empleada como base para todos los cronicones medievales cristianos, comenzando por un códice de la misma, llamado Sebastianense, inmediatamente posterior, que ya introduce algunas modificaciones tendentes a ensalzar a los godos como reflejo del contemporáneo rey leonés, o la muy próxima Crónica profética, que incide en la conquista musulmana como castigo divino a los pecados de los reyes godos.
De mediados del siglo XI son dos crónicas, la llamada Crónica de Sampiro (obispo de Astorga), que sigue en general a la de Alfonso III, y la Chrónica Gothorum (conocida como Pseudo-isidoriana), que tiene el interés de haber sido escrita en Toledo por un mozárabe, y que cita por primera vez el episodio de la ofensa a la hija del conde don Julián (atribuyéndola a Vitiza), justificando de ese modo la invasión musulmana. Hacia 1125 se escribió la Crónica Silense, en el monasterio de san Isidoro de León. Su autor es indudablemente un mozárabe exiliado, pues muestra un buen conocimiento de las fábulas que sobre la conquista circulaban en el territorio andalusí. Se trata del primer texto que hace un análisis profundo del tema, atribuye definitivamente la pérdida de España a la Providencia, en castigo por los pecados de los hombres, sobre todo los últimos reyes (particularmente muestra una gran inquina hacia Vitiza, mientras cita por vez primera la ascendencia regia de Rodrigo a modo de legitimación). Es también el primero que habla del episodio del vaciamiento de los ojos al padre de Rodrigo, justificando así el encono entre ambas familias. También cita el estupro de Rodrigo como la causa de la traición del conde Julián. Es una desgracia que este texto, tan lejano en el tiempo, beba de fuentes corrompidas y poco fiables, pues por estilo y amenidad, es el primer estudio amplio que hallamos.La tardía crónica Historia de los hechos de España del navarro Jiménez de Rada (siglo XIII) compendia y resume todas las leyendas y tópicos, tanto cristianos como musulmanes, que han pasado a la cultura popular española sobre el episodio. Concentra sobre Vitiza toda la responsabilidad por la pérdida del reino, por sus vicios personales y sus acciones políticas (venganzas familiares y favor hacia los judíos). Es obvio que la figura del hijo de Egica sufrió un notable deterioro a cada nuevo cronicón que veía la luz, viniendo a ser el responsable máximo de la pérdida del reino para los cristianos medievales. Jiménez de Rada considera que la causa principal, no obstante, era el castigo divino por la violenta y fratricida afición de los visigodos a disputarse el trono por la fuerza, lo que las propias crónicas de la época habían llamado el morbo gotico, y sobre cuyas funestas consecuencias había advertido proféticamente el propio san Isidoro al inspirar el célebre canon 75 del IV concilio de Toledo en 633 [2].
Entre los historiadores árabes el relato de la batalla y la conquista es posterior. Por ejemplo, los primeros autores de finales del siglo VIII y principios del IX (Ben Isa, Bedr, Ajbar Machmua) no citan estos hechos, salvo para decir que los antepasados de sus señores tomaron parte en la ocupación de España junto a Muza (un timbre de alcurnia para los señores musulmanes de Al-Andalus). La primera crónica árabe se debe a Abd al Malik ben Habib, llamado el Solamí (muerto en 854), que cuenta con cierto detalle la campaña musulmana, siendo la fuente en la que beben todos los autores posterior. De finales del siglo IX es el Libro de las Banderas del persa establecido en Córdoba Mohamed ben Muza ar Razí, tenido por la primera descripción minuciosa de las campañas árabes en la península, pero cuyos fragmentos sobre la misma se han perdido, aunque se cree que fueron empleados por otros historiadores árabes.
Del siglo X son las crónicas de Aben Ayman y el gran Ahmeb ben Mohamed ar Razí, hijo del otro Razí (llamado el “moro Rasis” por los cristianos) que echan mano también de las fuentes latinas que hemos comentado, fijando la imagen legendaria y poética que quedaría en el imaginario árabe sobre la conquista profetizada al rey Rodrigo (la célebre historia de la habitación de los candados), el cual sería castigado por forzar a la hija de don Julián.
De finales del siglo IX es Ibn al Kutiya, descendiente de una nieta de Vitiza, un erudito que dejó escrita una crónica laudatoria de sus antepasados, a los que atribuía el mérito de la conquista árabe, marginando al conde Julián. El mejor de los historiadores árabes es Ibn Hayyan, su crónica de mediados del siglo XI recoge fuentes cristianas, pues sigue la versión viticiana de que Rodrigo no era de estirpe regia (al contrario del resto de historiadores árabes, que afirman la legitimidad de la elección rodriguista). Asimismo, incluye el mito de que el profeta Mahoma había vaticinado la conquista de España un siglo antes.Podemos ver que con el paso del tiempo, tanto las fuentes cristianas como árabes tienden a ser más ricas, más elaboradas y a unificar en cierto modo su versión (sobre todo culpabilizando a Vitiza, aceptando la historia del estupro de Rodrigo y la traición del conde Julián y los hijos de Vitiza) indudablemente porque con el tiempo van bebiendo unas de otras, incorporando y repitiendo una serie de tópicos que quedarán fijos en la historiografía hasta bien entrado el siglo XIX.
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Los preparativos
Los preparativos
En un artículo anterior se relató cómo, aprovechando que Rodrigo se hallaba con el ejército real combatiendo a los vascones en Pamplona, el partido vitiziano- muy probablemente su cabeza, el obispo Oppas de Sevilla- por medio de su cliente el conde de Ceuta Urbano Juliano, envió a principios de 711 un mensajero al gobernador de Ifriquiya, Musa ben Nasir, prometiéndole su colaboración si invadía la península.
Musa, que contaba casi 70 años, sabia que era su última oportunidad para engrandecer más su fama como conquistador, ganada en Numidia y Mauritania. Pero el califa Al Walid, receloso de sus éxitos, prohibió que su gobernador emprendiera ninguna campaña en el reino hispano sin su permiso explícito. Sin duda, Musa se sentiría muy frustrado, pero era demasiado astuto y bravo para permitir que la advertencia del califa alterara sus planes. Probablemente la prohibición incluía también a otros nobles, pero eso era indiferente; en cualquier caso Musa no iba a permitir que otro árabe dirigiera su proyecto más ambicioso, llevándose el botín y la gloria. Dado que Al Walid no había puesto objeciones a las razzias efectuadas por sus soldados berberiscos en los años 709 y 710, enviar una nueva expedición- mucho más numerosa- no sería formalmente desobedecer al califa. Así se llevaría a cabo la empresa.
Al frente de la misma, Musa puso a su comandante de mayor confianza, un antiguo esclavo converso al islam (mawla), un berberisco liberto, probablemente de Numidia, conocido por Tarik ibn Ziyad (probablemente un apodo, pues Tarik significa “el golpeador”). Bajo su bandera se alineaban todos los bereberes capturados tras la derrota de la reina Kahina en 703 que se habían acogido a la oferta de Musa de conversión y libertad, enrolándose en un ejército que era más privado del caudillo yemení que oficial del califa. El comandante bereber que pasaría a la historia como conquistador de España apenas llevaba 10 años siendo musulmán, y había tenido anteriormente un nombre cristiano. Como él, prácticamente todo su ejército.Tarik preparó un contingente calculado en torno a unos 7 a 8000 berberiscos renegados. El conde de Ceuta, Urbano Juliano, que había actuado de enlace con Oppas y los vitizianos, puso a disposición de la expedición sus naves para trasladarla a la península a través del Estrecho de las Columnas de Hércules.Mientras dejamos a los bereberes embarcando hacia un destino incierto, reflexionemos sobre las expectativas de los protagonistas de este episodio histórico. No cabe ninguna duda de que en la mente de Musa se hallaba ya una expedición de conquista en el reino godo, más allá del tradicional saqueo, y desde luego mucho más allá de las ambiciones de los viticianos. No podemos saber cuál era el alcance exacto de esta conquista en su pensamiento, aunque probablemente lo acontecido en las semanas posteriores a la batalla de Guadalete sería demasiado bueno incluso para sus expectativas más optimistas. Para Oppas y el partido viticiano, los ismaelitas eran un instrumento para lograr expulsar a Rodrigo, y reponer a Agila II, hijo de Vitiza, en el trono que consideraban les pertenecía por derecho. Fácilmente habían confiado en el conde Urbano Juliano para que mediara con los infieles en provecho propio. Este plan no era en absoluto descabellado; con ayuda extranjera habían ascendido al trono reyes tenidos por legítimos como Atanagildo o Sisenando.
¿Y qué pensaba el tercer protagonista? ¿Tenía en mente en aquellos primeros días de la primavera de 711 el papel tan fundamental que había de jugar el conde de Ceuta? ¿Creía sinceramente trabajar en favor de los nietos de su suegro Egica? ¿O tal vez ya había decidido favorecer plenamente los proyectos de su nuevo señor mientras simulaba defender los intereses de los familiares del antiguo? Probablemente sólo Urbano Juliano sabía realmente cuáles eran sus planes.
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[1] “¿Quién podrá, pues, narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables? Pues aunque todos sus miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir la ruina de España, ni tantos ni tan grandes males como esta soportó. Pero para contar al lector todo en breves páginas, dejando de lado los innumerables desastres que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén, según vaticinio de los profetas, lo que padeció Babilonia, según el testimonio de las Escrituras y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la dignidad de los apóstoles alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España tanto en su honra, como también de su deshonra, pues antes era atrayente y ahora está desdichada.”
[1] “¿Quién podrá, pues, narrar tan grandes peligros? ¿Quién podrá enumerar desastres tan lamentables? Pues aunque todos sus miembros se convirtiesen en lengua, no podría de ninguna manera la naturaleza humana referir la ruina de España, ni tantos ni tan grandes males como esta soportó. Pero para contar al lector todo en breves páginas, dejando de lado los innumerables desastres que desde Adán hasta hoy causó, cruel, por innumerables regiones y ciudades, este mundo inmundo, todo cuanto según la historia soportó la conquistada Troya, lo que aguantó Jerusalén, según vaticinio de los profetas, lo que padeció Babilonia, según el testimonio de las Escrituras y, en fin, todo cuanto Roma enriquecida por la dignidad de los apóstoles alcanzó por sus mártires, todo esto y más lo sintió España tanto en su honra, como también de su deshonra, pues antes era atrayente y ahora está desdichada.”
[2] “De aquí procede el que la ira del Cielo haya trocado muchos reinos de la tierra de tal modo que a causa de la impiedad de su fe y sus costumbres, ha destruido a unos por medio de otros. Por lo cual también nosotros debemos guardarnos de lo sucedido a estas gentes para que no seamos castigados con una repentina desgracia de esa clase, no padezcamos pena tan cruel”.
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